
Arturo es un tipo genial, un tipo de aquellos acostumbrados a tenerlo todo en la vida, un tipo que no le ha faltado afecto, una persona buena y noble, un tipo de aquellos pocos a los cuales el stablishment no ha subyugado.
Arturo creció en un hogar de padres separados, se crío con su madre y abuelos, rodeado de ancianos y de buenos amigos, último ejemplar de su rancia estirpe, fue criado a cuerpo de rey, hijo único al igual que yo pero con el cariño para siete ¡igual que yo!
Y su primer amigo también fui yo, en el inicio de los tiempos, cuando la felicidad era cosa de todos los días, cuando no había más preocupación que ver a Roy Rogers en TV, los días los pasábamos escuchando a The Beatles y tomando lonche con cubiertos con figuras de Mickey Mouse, jugábamos con nuestros soldaditos de plomo a ritmo del “Kaiser-Walzer” de Strauss tratando así de darle un tono caballeresco al combate, en otras oportunidades armábamos enormes pistas de carrera con ladrillos Lego y sobre ellas deslizábamos nuestros pequeños autos Corgi Juniors, aún recuerdo que mi favorito era un Lotus Europa color verde y el de Arturo era un Maserati Ghibli color azul.
De adolescentes solíamos ir a patinar al malecón de La Punta, largas tardes de domingo adormecidos por el sol veraniego o refrescados por el frío viento invernal, acudíamos también a la pequeña laguna para hacer flotar nuestros acorazados de bolsillo que nosotros mismos habíamos hecho con la ayuda de mi abuelo, paseábamos en bicicleta y volábamos cometa al lado del Fuerte Real Felipe, jugábamos trompo, canicas y leíamos Astérix, Condorito y Corto Maltés, la playa era otro punto de destino, Cantolao, la mejor playa de Lima, siempre nos recibía con los brazos abiertos y ahí tendidos bajo el sol o simplemente mirando el horizonte saboreábamos un helado D’Onofrio.
No recuerdo cuando fue que Arturo y yo nos separamos, el tiempo que todo adormece ha borrado los registros históricos de esa partida, sin embargo mi memoria refleja claramente lo que el anduvo buscando durante nuestros años de tierna juventud, una mujer que lo quiera como tal, una mujer que lo trate suavemente, que lo mime y que le proporcione la suficiente entereza para enfrentarse al mundo y conquistarlo, una mujer que lo haga feliz, una mujer tan igual a él para que lo enfrente y lo ponga en su sitio, una mujer para que sea conquistada día a día, que no lo aburra y que le proporcione la libertad de una relación basada en la confianza más que en los papeles y los ritos.
Pasó el tiempo y yo continué en mi senda racional, en la búsqueda del conocimiento a través de la razón, pasé años anulando mi fe muchas veces por causa de la razón pura, por ese gran dictado kantiano que todo lo explica y lo que no puede explicar le llama metafísica, así transcurrieron los años basando mi vida en lo tangible, basando mis amistades en lo estrictamente correcto y mis relaciones amorosas en alianzas convenientes las cuales una vez que no representaban mayores ganancias eran desechadas como si fuesen figuras repetidas de algún álbum de colección de Editorial Navarrete, tal vez como un método de protección, tal vez como una coraza o tal vez porque la razón así lo dictaba.
Así con todos esos parámetros racionales me casé ¿O cacé? Pero igual, mi posición no varió ni un ápice, no tuve el menor cambio y todo lo que he realizado hasta el momento al lado de mi esposa es porque el cerebro así lo ha pedido, porque la razón lo ha exigido porque es lo estrictamente correcto, mi corazón estuvo callado hasta que volví a encontrar a Arturo.
Y pues, si, Arturo volvió a encontrarse conmigo, así de pronto como lo hacen los mejores amigos, era un día de Octubre, yo estaba en la oficina, cuando de pronto apareció, tan desenfadado como siempre, tan libre como él sólo puede ser, tan jovial y verdadero, tan sentimental y romántico, tan cursi y con cara de pastel, nos vimos, nos pasamos la vos y nos abrazamos y recordamos todos los buenos momentos que pasamos hace ya casi 22 años.
Arturo encontró aquella mujer que tanto buscó, llegó a su vida de pronto cuando menos la esperaba, cuando casi a la mitad de su vida había optado por olvidar su búsqueda, conversé al respecto con él y me enseñó que hay cosas sobre las cuales la razón no tiene potestad, que hay cosas que deben ser manejadas con el corazón pues el cerebro las arruina, que la metafísica no siempre es algo misterioso ni tampoco señal de lo desconocido y prohibido, y algo más interesante aún que nuestro corazón tienen un pequeño cerebro en donde se almacenan todas las razones que la razón no entiende ¡Eso lo dijo Blas Pascal!, además para jurar se lleva la mano al corazón, a la intuición se le dice corazonada, a la bondad se le llama corazón de oro y cuando se quiere bonito a alguien se dice: te amo con todo mi corazón.
También Los fabulosos Cadillacs hicieron del palpitar del corazón una canción: ”Por ese palpitar que tiene tu mirar, yo pude presentir que tu debes sufrir, por esta situación que nubla la razón sin permitir pensar, en que ha de concluir el drama que existe entre los dos, tratando simular tan solo una amistad mientras en realidad se agita la pasión, que envuelve al corazón y que me obliga a callar….yo te amo”
Las investigaciones parecen demostrar que estas cualidades intuidas del corazón tienen un formato inteligente. Se comprobó que las emociones se conectan con el corazón, que el corazón reacciona ante un estímulo antes que el cerebro, porque su campo electromagnético es 100 veces superior y puede tomar decisiones antes que el cerebro se entere. Además el corazón posee un sistema nervioso autónomo que le permite observar, aprender y memorizar.
Ahora tengo casi 22 años menos y una experiencia enorme, y creo que es hora de replantear muchas cosas en mi vida, buscar la felicidad y preservar los sentimientos que he vuelto a descubrir, sensaciones tan remotas como el paleolítico o el diluvio universal, sensaciones que pensé muertas pero que vivían oprimidas y esclavizadas por la razón, asumir mi complejo de Peter Pan y ser como niño nuevamente con aquella bella inocencia de antes cuando todo era un buen motivo para decir te quiero.
Antonio Gamio
Arturo creció en un hogar de padres separados, se crío con su madre y abuelos, rodeado de ancianos y de buenos amigos, último ejemplar de su rancia estirpe, fue criado a cuerpo de rey, hijo único al igual que yo pero con el cariño para siete ¡igual que yo!
Y su primer amigo también fui yo, en el inicio de los tiempos, cuando la felicidad era cosa de todos los días, cuando no había más preocupación que ver a Roy Rogers en TV, los días los pasábamos escuchando a The Beatles y tomando lonche con cubiertos con figuras de Mickey Mouse, jugábamos con nuestros soldaditos de plomo a ritmo del “Kaiser-Walzer” de Strauss tratando así de darle un tono caballeresco al combate, en otras oportunidades armábamos enormes pistas de carrera con ladrillos Lego y sobre ellas deslizábamos nuestros pequeños autos Corgi Juniors, aún recuerdo que mi favorito era un Lotus Europa color verde y el de Arturo era un Maserati Ghibli color azul.
De adolescentes solíamos ir a patinar al malecón de La Punta, largas tardes de domingo adormecidos por el sol veraniego o refrescados por el frío viento invernal, acudíamos también a la pequeña laguna para hacer flotar nuestros acorazados de bolsillo que nosotros mismos habíamos hecho con la ayuda de mi abuelo, paseábamos en bicicleta y volábamos cometa al lado del Fuerte Real Felipe, jugábamos trompo, canicas y leíamos Astérix, Condorito y Corto Maltés, la playa era otro punto de destino, Cantolao, la mejor playa de Lima, siempre nos recibía con los brazos abiertos y ahí tendidos bajo el sol o simplemente mirando el horizonte saboreábamos un helado D’Onofrio.
No recuerdo cuando fue que Arturo y yo nos separamos, el tiempo que todo adormece ha borrado los registros históricos de esa partida, sin embargo mi memoria refleja claramente lo que el anduvo buscando durante nuestros años de tierna juventud, una mujer que lo quiera como tal, una mujer que lo trate suavemente, que lo mime y que le proporcione la suficiente entereza para enfrentarse al mundo y conquistarlo, una mujer que lo haga feliz, una mujer tan igual a él para que lo enfrente y lo ponga en su sitio, una mujer para que sea conquistada día a día, que no lo aburra y que le proporcione la libertad de una relación basada en la confianza más que en los papeles y los ritos.
Pasó el tiempo y yo continué en mi senda racional, en la búsqueda del conocimiento a través de la razón, pasé años anulando mi fe muchas veces por causa de la razón pura, por ese gran dictado kantiano que todo lo explica y lo que no puede explicar le llama metafísica, así transcurrieron los años basando mi vida en lo tangible, basando mis amistades en lo estrictamente correcto y mis relaciones amorosas en alianzas convenientes las cuales una vez que no representaban mayores ganancias eran desechadas como si fuesen figuras repetidas de algún álbum de colección de Editorial Navarrete, tal vez como un método de protección, tal vez como una coraza o tal vez porque la razón así lo dictaba.
Así con todos esos parámetros racionales me casé ¿O cacé? Pero igual, mi posición no varió ni un ápice, no tuve el menor cambio y todo lo que he realizado hasta el momento al lado de mi esposa es porque el cerebro así lo ha pedido, porque la razón lo ha exigido porque es lo estrictamente correcto, mi corazón estuvo callado hasta que volví a encontrar a Arturo.
Y pues, si, Arturo volvió a encontrarse conmigo, así de pronto como lo hacen los mejores amigos, era un día de Octubre, yo estaba en la oficina, cuando de pronto apareció, tan desenfadado como siempre, tan libre como él sólo puede ser, tan jovial y verdadero, tan sentimental y romántico, tan cursi y con cara de pastel, nos vimos, nos pasamos la vos y nos abrazamos y recordamos todos los buenos momentos que pasamos hace ya casi 22 años.
Arturo encontró aquella mujer que tanto buscó, llegó a su vida de pronto cuando menos la esperaba, cuando casi a la mitad de su vida había optado por olvidar su búsqueda, conversé al respecto con él y me enseñó que hay cosas sobre las cuales la razón no tiene potestad, que hay cosas que deben ser manejadas con el corazón pues el cerebro las arruina, que la metafísica no siempre es algo misterioso ni tampoco señal de lo desconocido y prohibido, y algo más interesante aún que nuestro corazón tienen un pequeño cerebro en donde se almacenan todas las razones que la razón no entiende ¡Eso lo dijo Blas Pascal!, además para jurar se lleva la mano al corazón, a la intuición se le dice corazonada, a la bondad se le llama corazón de oro y cuando se quiere bonito a alguien se dice: te amo con todo mi corazón.
También Los fabulosos Cadillacs hicieron del palpitar del corazón una canción: ”Por ese palpitar que tiene tu mirar, yo pude presentir que tu debes sufrir, por esta situación que nubla la razón sin permitir pensar, en que ha de concluir el drama que existe entre los dos, tratando simular tan solo una amistad mientras en realidad se agita la pasión, que envuelve al corazón y que me obliga a callar….yo te amo”
Las investigaciones parecen demostrar que estas cualidades intuidas del corazón tienen un formato inteligente. Se comprobó que las emociones se conectan con el corazón, que el corazón reacciona ante un estímulo antes que el cerebro, porque su campo electromagnético es 100 veces superior y puede tomar decisiones antes que el cerebro se entere. Además el corazón posee un sistema nervioso autónomo que le permite observar, aprender y memorizar.
Ahora tengo casi 22 años menos y una experiencia enorme, y creo que es hora de replantear muchas cosas en mi vida, buscar la felicidad y preservar los sentimientos que he vuelto a descubrir, sensaciones tan remotas como el paleolítico o el diluvio universal, sensaciones que pensé muertas pero que vivían oprimidas y esclavizadas por la razón, asumir mi complejo de Peter Pan y ser como niño nuevamente con aquella bella inocencia de antes cuando todo era un buen motivo para decir te quiero.
Antonio Gamio
1 comentario:
Arturo y tú podrían ser la misma persona. O él ser tu alter ego.
Hay amistades, como la de Arturo seguramente, que vale la pena atesorar... no es muy costoso... una botella de vino muy de tarde en tarde... Y ni siquiera tienes que hablar.
Antes que Los Fabulosos Cadillacs, fue Sandro de América.
Me gustó. Saludos.
Publicar un comentario